Su gran carisma, inteligencia y diplomacia política consiguió unificar bajo un mando único a los distintos pueblos de Lusitania. Aunque logró reunir un ejército bastante numeroso, Viriato sabía que contra los romanos, pocas posibilidades tendría en un enfrentamiento directo y en campo abierto. Así que “inventó” la guerra de guerrilas. Su táctica consistía en lanzar un ataque frontal contra las legiones. Este ataque no era más que un engaño. Al poco rato de estar luchando, los Lusitanos empiezan a retroceder como si escaparan. Los soldados romanos los persiguen desorganizando sus líneas. Entonces Viriato, los está esperando para emboscarles y acabar con ellos. Con esta simple táctica fue capaz de vencer a los generales Vetilius Cayo Plancio, Unimanus y Fabio Emiliano.
Roma desesperada envió al general Serviliano Cepión. De nada sirvió. Volvieron a caer una vez más en una encerrona, pero en esta ocasión, Viriato les perdonó la vida a todos a cambió de la Paz con Roma.
El senado Romano rechazó la petición y sobornó a Áudax, Ditalco y Minurus, tres lusitanos para que lo mataran.
Cuando los traidores regresaron al campamento romano reclamando la recompensa prometida, el cónsul Escipión ordenó que los ejecutaran, pronunciando entonces la conocida frase de «Roma no paga a los traidores».
Con la muerte de Viriato, murió también la resistencia Lusitana.